
Ya llevaba diez días en la isla y solo había logrado hacer tres inmersiones dentro de la bahía de Hanga Roa. El mar se mantuvo agitado durante casi toda mi estadía y los zarpes para salidas de buceo estaban suspendidos por las malas condiciones climáticas. Sin embargo una leve disminución del viento y del tamaño del oleaje, que llevaba varios días azotando la costa este de la isla, nos permitió obtener el permiso de la armada y por fin navegamos entre las olas rumbo a los Motu, uno de los mejores lugares de buceo en Te Pito o Te Henua, “el ombligo del mundo”. Zarpamos desde la caleta ubicada en la bahía de Hanga Roa junto a un guía y a otros cuatro buceadores de diferentes nacionalidades que, al igual que yo, habían esperado la oportunidad para realizar una inmersión en esta zona, famosa por la claridad de sus aguas y por la historia de la tradición Rapa Nui.

Los motu como los denominan los isleños en su idioma nativo, son tres islotes que se ubican frente del cráter del volcán Rano Kao, y que corresponden a Motu Kaokao, Motu Iti y Motu Nui. Estos islotes de origen volcánico, son de gran importancia para la cultura Rapa Nui, ya que fueron el escenario natural de un ritual transformado en una competencia para recoger el primer huevo del ave manutara (probablemente Sterna fuscata o Sterna lunata) que antiguamente llegaba a anidar a estos islotes.
Este rito comenzaba antes de la primavera, cuando varios clanes marchaban a través del sendero llamado Ao, para llegar a Orongo, una aldea ceremonial construida al borde del cráter del volcán Rano Kau, mirando hacia el acantilado y hacia los tres islotes. No se sabe realmente si en un principio los propios jefes de los clanes cruzaban hacia las islas en busca del huevo, pero hacia 1860, en donde hay datos más concretos, ellos actuaban por presencia. Enviaban a los Hopu, servidores ágiles y buenos nadadores, a los islotes donde esperaban con provisiones la llegada de las aves.
Los manutara anunciaban su llegada con gritos estridentes que se podían escuchar desde lejos y al llegar a las islas, buscaban refugio y ponían sus huevos. Entonces los Hopus los buscaban, tomaban uno de los huevos y subían a la parte más alta del islote para avisar a gritos su logro al jefe del clan. El primero en llegar a la cima con un huevo, triunfaba. Una vez que los Hopus volvían a la isla, el ganador se lo entregaba a su amo en una gran ceremonia para nombrar al nuevo Tangata Manu (Hombre Pájaro).

Navegando hacia los Motu, nos dimos cuenta que el mar golpeaba fuertemente la costa rocosa de los islotes, formando grandes olas que generaban un gran desnivel entre la rompiente y el posterior retroceso de las olas, y una fuerte corriente superficial. De inmediato me sorprendí con la transparencia del agua en el sector, ya que podía ver desde la embarcación el fondo marino que se encontraba entre los 60 y 80 metros de profundidad.
El patrón del bote se dio un par de vueltas navegando por el lugar, para determinar junto con nuestro guía la dirección de la corriente, y de esta forma planificar cómo enfrentaríamos la inmersión. Una vez listos y probados los equipos, nos acercamos rápidamente hacia los islotes y saltamos todos juntos al mar. Así el bote podría alejarse rápidamente de la costa, para no terminar golpeado contra las rocas al ser arrastrado por las olas y la corriente.

Una vez en el agua debíamos comenzar rápidamente la inmersión, hasta llegar a una profundidad segura que estuviera por debajo de la zona de turbulencia formada por el oleaje. Cuando alcanzamos los 15 metros de profundidad, pudimos apreciar el hermoso escenario de esa enorme pared de roca volcánica tapizada de corales, que formaba un acantilado que afloraba del fondo marino ubicado aproximadamente a 80 metros de profundidad.
Luego de verificar y regular la respiración, comenzamos a avanzar frente a la muralla y descendimos hasta los 30 metros, que fue la profundidad máxima acordada antes de la inmersión. La visibilidad era extrema. Llegué a sentir vértigo por la sensación de estar volando, suspendido en ese abismo azul.

La transparencia y la dimensión del acantilado hacían perder la noción de la profundidad real en la que estábamos buceando, por lo que había que mirar sistemáticamente el reloj de buceo para no exceder el límite máximo planificado. Al nadar a través de los islotes, la corriente se hacía cada vez más presente y era difícil avanzar cerca de la escarpada pared de roca volcánica.

Durante la travesía sentí que era empujado hacia la superficie fuertemente y de forma espontánea. Mi primera reacción fue revisar la válvula de mi chaleco compensador de flotabilidad para ver si esta había aumentado, pero estaba funcionando bien. El empuje fue ejercido por una fuerte corriente vertical que me lanzó unos 10 metros hacia la arriba. Al seguir avanzando por el borde de la escarpada muralla, me volvió a pasar lo mismo pero esta vez hacia abajo. Descendí rápidamente de los 20 a los 30 metros de profundidad. Nuestro guía que iba adelante liderando el grupo, mantuvo contacto visual en todo en todo momento con los buzos, para tener una idea del tiempo de fondo de la inmersión.

Luego de recorrer la zona por unos 40 minutos mirando algunas de las especies de peces y corales típicos de la isla, el guía nos indicó que era tiempo de acercarse a la superficie, en donde haríamos una parada de seguridad a 3 metros de profundidad. Durante algunos minutos esperamos para hacer descompresión y al mirar hacia arriba, vi a la embarcación acercándose a gran velocidad para recogernos y regresar a la caleta. Salimos todos rápidamente del agua y subimos al bote. Una vez que nos quitamos nuestras máscaras de buceo, todos teníamos una sonrisa que reflejaba la felicidad de experimentar un buceo diferente y bello, y esa rara sensación de libertad que uno siente después de cada inmersión y que todos los que amamos las profundidades entendemos y compartimos como un lenguaje común.
Durante el trayecto de regreso pensé en el manutara y traté de dimensionar lo que debe haber significado para los Hopus la travesía para conseguir el primer huevo y llevarlo de regreso a la isla nadando. Según los relatos, durante estos rituales murieron muchos Hopus devorados por tiburones -que eran abundantes en esas aguas o por accidentes de caídas y golpes debido a lo agitado de las aguas de esa zona y lo empinado del acantilado.
Hoy esa tradición no existe. Desde hace varios años, el manutara ya no nidifica en el lugar. Su último avistamiento en la isla se registró el año 2010. Hace unos años, al llegar de la primavera, todavía se podía observar a los manutaras que llegaban en grandes bandadas con cientos de aves. Se presume que la vulnerabilidad de esta ave provocó que emigrara a la Isla Salas y Gómez, ubicada a 418 kilómetros de Isla de Pascua, dejando a los isleños sin poder apreciarla en sus cielos. Aparentemente entre 1866 y 1867 fue la última vez en que se realizó el culto al Tangata Manu.
Texto: Hugo Carrillo
Fuente: Revista Chile Indómito
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